La tecnología, en su más amplio sentido, tiene como desventaja y ventaja al mismo tiempo la caducidad de sus desarrollos.
Dado que es una ciencia en constante evolución, se generan nuevos productos y servicios que dejan en poco tiempo obsoletos a los anteriores.
Esto lo saben los fabricantes y lo saben los consumidores. En consecuencia, a la hora de promocional un producto tecnológico innovador, queda pendiente cómo obviar la fecha de caducidad no definida para el mismo.
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La cresta de la ola tecnológica
En primer lugar está la motivación de contar con la mayor innovación de forma personal. Todo el mundo quiere estar a la última, más todavía en desarrollos tecnológicos, que generan un deseo de consumo por encima de otros productos como la moda.
El sentimiento de tener “lo último” en tecnología es satisfactorio y no está reñido con el hecho de que tenga una fecha de caducidad no escrita. Es más, esto permite que este sentimiento se pueda repetir las veces que haga falta en el futuro, siempre que se pueda afrontar la inversión económica que requiere.
La temporalidad como uso
Los consumidores actuales son conscientes de la caducidad de los productos tecnológicos. Por tanto, su consumo está relacionado con esta limitación de tiempo.
Esto no está reñido con el disfrute de desarrollos tecnológicos. Por ejemplo, se da por sentado que la inversión en un teléfono móvil comenzará a no ser satisfactoria pasados 2 años desde el momento de la compra. Una plataforma de videojuegos tiene un periodo de entre 5-7 años para su disfrute sin que quede obsoleta. Incluso un coche, una de las inversiones más importantes para una persona, plantea problemas a partir de los 10 años en la mayoría de casos.
La temporalidad es aceptada por los consumidores y, por tanto, se puede promocionar un producto sin miedo al rechazo por el hecho de que en un periodo de tiempo deje de tener ese valor de uso.
Evitar hablar del futuro
La tecnología se vende como el futuro al alcance del presente. Pero no se debe promocionar como un futuro que vamos a disfrutar. Todos somos conscientes de que un producto tecnológico llegará un momento, más o menos temprano, en el que dejará de ser una innovación.
Por tanto, no podemos comercializar un teléfono móvil que será para toda la vida, por ejemplo. En primer lugar porque será considerada publicidad fraudulenta. En segundo lugar porque sería contraproducente para el fabricante, salvo que pudiera mejorarlo a base de módulos (Sony lo probó sin éxito). Por último, porque los propios consumidores, como se ha comentado, quieren sentir esa sensación de tener lo último de forma periódica y no solo una vez.